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II
Existía en Grecia, junto a la orquéstrica, una institución de carác-
ter aún más nacional y que formaba la segunda parte de la educación:
la gimnástica. En Homero aparece ya cuando nos cuenta cómo luchan
los héroes, cómo lanzan el disco y corren a pie o en los carros; aquel
que no es diestro en los ejercicios corporales pasa por un «mercader»,
un hombre de baja condición, «que en una nave de carga no tiene más
cuidado que la ganancia y las provisiones». Pero esa institución aun
no está organizada, no es tan pura y completa como aparece más tar-
de. Los juegos no se celebran ni en sitio ni en época determinada, sino
que tienen lugar ocasionalmente, por la muerte de un héroe, para hon-
rar a un extranjero numerosos ejercicios, propios para aumentar la
agilidad y el vigor, son todavía desconocidos; y como compensación,
de esta falta, empleaban los ejercicios de las armas, el duelo, que lle-
gaba hasta la sangre; el manejo del arco, el lanzamiento de la pica.
Sólo en el período inmediato se desenvuelve la gimnástica; juntamente
con la orquéstrica y la poesía lírica, toma normas fijas y adquiere la
importancia final que ya conocemos. La iniciación corresponde a los
dorios, pueblo que aparece descendiendo de las montañas; gentes de
pura raza griega que invaden el Peloponeso, y, como los francos en la
Galia, traen consigo e imponen su táctica, su ascendiente, renovando
con su vigorosa savia el espíritu nacional. Eran hombres enérgicos,
rudos, muy semejantes a los suizos de la Edad Media; menos vivos y
vibrantes que los jonios; apegados a la tradición, con un gran senti-
miento de respeto, instinto de disciplina, de alma elevada, varonil y
serena, que habían marcado con su sello peculiar la gravedad austera
de su culto y el carácter heroico y moral de sus dioses. El grupo más
importante, el de los espartanos, se estableció en Laconia, en unión de
los antiguos habitantes, a los que explotaron y redujeron a la esclavi-
tud; nueve mil familias de amos orgullosos e inflexibles, que vivían en
una ciudad sin murallas, para mantener en la obediencia a ciento
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veinte mil labradores y doscientos mil esclavos: era un verdadero ejér-
cito acampado indefinidamente en medio de enemigos diez veces más
numerosos.
De esta condición dependen todas las demás. Poco a poco el régi-
men impuesto por los hechos se fue consolidando, y hacia la época del
restablecimiento de los Juegos Olímpicos tenía ya su estructura com-
pleta. Ante la idea del bien público, los intereses y caprichos indivi-
duales se desvanecen. La disciplina es como la de un regimiento ame-
nazado por un constante peligro. Sobre el espartano pesa la prohibi-
ción absoluta de comerciar, de ejercer una industria, de enajenar su
lote de tierra, de aumentar el producto de ella; no ha de pensar mas
que en ser soldado. Si va de viaje puede utilizar el caballo, el esclavo,
las provisiones de su vecino; entre camaradas, tales favores cons-
tituyen un derecho, y la propiedad de cada cual no está muy bien des-
lindada. El recién nacido ha de ser presentado ante un Consejo de
ancianos y debe recibir la muerte si es muy débil o deforme; en un
ejército no se admiten mas que hombres útiles, y en este país todos son
reclutas desde la cuna. El anciano incapaz de tener descendencia elige
por sí mismo un hombre joven, que establece en su propia casa, por-
que cada casa ha de proporcionar algún soldado. Los hombres en ple-
na edad viril, como testimonio de amistad, se prestan entre sí sus mu-
jeres; en un campamento no existen grandes escrúpulos en asuntos de
familia, y con frecuencia hay muchas cosas que son de todos. Comen
en común, por escuadras, en una organización que tiene sus regla-
mentos, y cada cual satisface su parte en especie o en dinero. El ejer-
cicio militar es ante todo; parecería deshonroso entretenerse en la ca-
sa; la vida del cuartel es antes que la vida del hogar. El joven recién
casado va siempre a escondidas a reunirse con su esposa, y pasa el día,
como antes de sus bodas, en el campo de ejercicio y en la plaza de
armas. Por la misma razón, los niños son hijos de la tropa, criados en
común y agrupados por compañías desde los siete años. En relación
con los muchachos, todos los hombres maduros son ancianos, oficiales
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que pueden castigarlos sin que el padre se oponga a ello. Descalzos,
envueltos en un manto, lo mismo en invierno que en verano, van por
la calle silenciosos, con los ojos bajos, como jóvenes reclutas que han
de ceñir las armas. El traje es uniforme, y el porte, lo mismo que el
paso, están determinados. Duermen en un montón de cañas; se bañan
cada día en el agua fría del Eurotas; comen poco y de prisa; viven peor
en la ciudad que en el campamento, porque un futuro soldado debe
endurecerse. Están divididos en pelotones de ciento, mandados por un
jefe de poca edad, y luchan con puños y pies: es el aprendizaje para la
guerra. Si quieren añadir algo a su escasa comida han de robarlo en
las casas o en las granjas; un soldado debe saber buscarse la vida me-
rodeando. De tarde en tarde les ponen de emboscada en un camino y
matan por la noche a los ilotas que vuelven retrasados; es bueno haber
visto la sangre y acostumbrar el brazo antes de ir al combate.
Las artes que poseen son aquellas que convienen a un ejército. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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