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corriente en las fiestas p�blicas de Dionisos y respond�a m�s bien a la explosión de
un sentimiento popular que a la expresión de un rencor personal. Prueba de ello es
que el esp�ritu del yambo se incorpora con la mayor fidelidad y prosigue en la antigua
comedia �tica, en la cual el poeta aparece notoriamente como el portavoz de la cr�tica
posible. Nada implica contra esto el hecho, asimismo cierto, de que Arqu�loco no sea
sólo el portavoz, sino tambi�n el contradictor de la opinión com�n. Ambas cosas se
hallan en (123) �ntima conexión con su vocación de publicidad. Si fuera verdad que el
yambo respond�a tan sólo a la expresión de los sentimientos del yo,
independientemente de toda consideración al mundo, no ser�a explicable que el
yambo filosófico de Semónides y los consejos pol�ticos de Solón procedieran de la
misma ra�z. Si lo consideramos con mayor precisión, nos daremos cuenta de que la
poes�a y�mbica de Arqu�loco tiene tambi�n al lado de su aspecto sat�rico y cr�tico un
aspecto paren�tico, y que uno y otro se hallan en �ntima conexión.
Verdad es que no hallamos en �l ning�n ejemplo o paradigma m�tico, como en la
par�nesis de la epopeya. Pero introduce otra forma de ejemplo did�ctico altamente
significativo para la esfera de la cual procede: la f�bula. "Quiero contaros una
f�bula..." comienza la historia del mono y el zorro.121 Del mismo modo empieza la
f�bula del zorro y el �guila: "Existe una f�bula entre los hombres que dice as�. . ." 122
No hallamos las f�bulas en las eleg�as de estilo heroico de Arqu�loco, sino sólo en los
yambos. Al hablar de los Erga de Hes�odo vimos ya cómo la f�bula es una pieza
constitutiva de la tradición did�ctica popular.123 La corriente de esta par�nesis
desemboca evidentemente en la poes�a y�mbica de Arqu�loco, de fuente asimismo
popular. Aun otro caso nos permite concluir, de la confluencia del yambo con
Hes�odo, a la forma originaria de la s�tira: la censura contra las mujeres de
Semónides de Amorgos, un poeta contempor�neo, pero de valor art�stico muy inferior
al de Arqu�loco.124 Del hecho de hallarse repetidamente en Hes�odo el tema, se ha
querido deducir su hostilidad a las mujeres y cierta novela personal, cuyas amargas
experiencias se reflejaron as�.125 Pero la burla contra las mujeres y contra el sexo
femenino es uno de los motivos m�s antiguos de la s�tira popular en las reuniones
p�blicas. Su repetición en Semónides no es sólo una d�bil imitación de Hes�odo, sino
que se enlaza con el antiguo y aut�ntico yambo que no consistió nunca meramente en
121
12 Frag. 81
122
13 Frag. 89.
123
14 Pp. 75 s.
124
15 SEM�N., frag. 7: cf. HES., Teog., 590, Erga, 83, 373.
125
16 E. SCHWARTZ, Sitz. Berl. Akad., 1915, 144.
115
la denostación y p�blica difamación de una persona malquista. Ambos elementos, el
denuesto personal y la s�tira contra un grupo entero, como las holgazanas e in�tiles
mujeres  su contrario correspondiente, la s�tira contra los hombres, no faltó
tampoco, pero no lo hallamos en la poes�a hasta Aristófanes tuvieron su lugar en el
antiguo yambo.126
La esencia de la aut�ntica s�tira popular sólo puede ser inferida con extremada
prudencia de las elaboraciones literarias posteriores que se conservan. Pero no cabe
duda de que tuvo originariamente una función social que es posible todav�a
discriminar con claridad. No es la censura moral, en nuestro sentido, ni la simple
expansión del (124) rencor personal y arbitrario sobre una v�ctima inocente. Impide
esta interpretación el car�cter p�blico del ataque, que es la presuposición evidente de
su eficacia y de su justificación. El cosmos de Dionisos, en el cual se desatan todas
las lenguas, fue la ocasión para que salieran a la luz sangrientas verdades notorias.
Contra el abuso de esta libertad, tan pronto como se manifestó, reaccionó, con sano
instinto, la sensibilidad p�blica. �Y qu� valor ideal o art�stico pod�a tener la simple
explosión del odio o de la rabia personal, aun expres�ndose en la forma m�s bella?
Ciertamente, no se hubiera dejado o�r la voz de Arqu�loco, largos siglos m�s tarde, al
lado de Homero en todos los concursos musicales, ni se le hubiera considerado como
maestro de los griegos, como lo atestigua Her�clito,127 ni se le hubiera percibido esta
�ntima relación de sus poemas con la conciencia general del mundo circundante.
Prueba de ello es, tambi�n, la repetida apelación a los conciudadanos, que hallamos
en los yambos. Los yambos de Catulo y de Horacio, cuya cr�tica implacable se dirig�a
tambi�n contra los esc�ndalos p�blicos de su tiempo y, aun cuando atacaban con sus
burlas a personas individuales, especialmente odiosas, presupon�an, al menos, una
comunidad ideal, y deben servir de base para completar nuestro cuadro sobre los [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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